Hace un tiempo recibimos una llamada inesperada de un tal Jesús, que nos contó que había aprovechado unos días en su casa de Madrid para revelar algunas diapositivas antiguas que tenía casi olvidadas. Entre aquellas fotografías aparecieron imágenes, guardadas durante décadas en un cajón, de un pueblo perdido entre las montañas al sur del Bierzo. Imágenes inéditas, casi íntimas, de un día cualquiera en Peñalba hace más de cuarenta años.
Jesús visitó Peñalba en dos ocasiones; la primera, muchos años antes de nuestros primeros recuerdos de infancia. Fue en el verano de 1977, con una vieja Penthax en mano y abriéndose paso por aquella carretera de curvas de vértigo y por supuesto sin asfalto.
Son imágenes de calles embarradas, de esas que tanto nos recuerdan a las fotografías de Amalio Fernández, de una vida rural, sencilla y sin filtros.
Es inevitable pensar en lo mucho que ha cambiado la vida desde aquel entonces. Era una vida dura, eso está claro, pero es también inevitable no sentir cierta nostalgia por todo lo que el progreso, constante e implacable, se ha llevado consigo.
Cuarenta años es en realidad un abrir y cerrar de ojos. Aún así, el cambio entre estas imágenes y la vida hoy es un salto de gigante.
Y es que ahí se encuentra la verdadera magia de nuestra querida Peñalba. La magia de poder conservar el magnetismo de una vida pasada entre montañas, donde el tiempo se detiene y la belleza se hace eterna.
El tiempo cambia casi todas las cosas.
Fotografías b/n: Jesús García (1, 2, 3, 4, 9) y Amalio Fernández (5, 6, 7, 8).
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