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  • Foto del escritorFogar Mozárabe

La fuente

Junto a la fuente de Peñalba hay un reloj de sol en pizarra colocado sobre una pared, en la antigua casa del herrero. Hay también, por encima, un enorme castaño viejo agarrado a la ladera y un tendedero de palos donde Dora ponía a secar la ropa.

La fuente está al salir del pueblo hacia el valle del río Friguera y las cumbres aquilianas, en ella confluyen dos de las estrechas calles de trazado medieval, una se llama Arriba de la Fuente y la otra Debajo de la Fuente, y es que los caños de agua que no cesa, el estanque y el lavadero significan mucho en la vida del pueblo. Son toda una referencia llena de simbolismo, no en vano han visto pasar los días y las horas, el ir y venir de los lugareños y de los visitantes. Unos y otros han calmado aquí su sed, han encontrado un lugar donde sentarse a escuchar la música del agua, a preguntar por el camino a seguir, a conversar sin prisas sobre cualquier cosa...

A cualquier hora, pero sobre todo al acercarse la de la comida, había un ir y venir de gente con sus garrafas, de todos los tamaños, para llenarlas del agua más pura en el caño de piedra. Hace años, bastantes años ya, también abrevaban en el pilón las vacas y otros animales en su ir o venir a los prados y a los trabajos. El burro blanco de Nicolás, la pareja de vacas de Porfirio, las caballerías de Tomás o de Marcelina formaban parte de muchos de aquellos momentos que hoy evocamos.

Al lado de la fuente está la vieja escuela. No es difícil imaginar el bullicio de un tiempo pasado con el pueblo lleno de niños. Porque a los pequeños hay pocas cosas que les guste más que jugar a mojarse, a salpicarse unos a otros. Una fuente siempre ha sido lugar para el juego y la aventura. Tampoco se ven ya las mujeres con sus baldes de colada arrodilladas en el lavadero. Son escenas recordadas, las lavadoras eléctricas han acabado, por fortuna, con aquel fatigoso restregar de la ropa.

De la fuente parten unas amplias escaleras hacia la parte alta del pueblo, a las eras y al camino que va al Alto de la Cruz, donde están las antenas de la raquítica tecnología que mantiene al pueblo mal comunicado la mayor parte de los días. En esas escaleras hay personas, jóvenes sobre todo, que se sientan a coger línea para viajar en la Red por otros mundos. Con los años la fuente ha ido actualizando su función en la vida comunal.


En la noche de San Juan y en el magosto, la hoguera compite en sonoridades con el agua mientras la tribu come, canta y se divierte al son de las gaitas de Victor y otros músicos invitados. Al final, en el esconxuro, José Manuel recita convocando seres del trasmundo, mientras le da vueltas al aguardiente de la queimada que todos beberemos finalizado el rito. Cuando van callando las últimas voces y se ha apagado el rescoldo de la lumbre, la música del agua se hace sentir nuevamente. La fuente, como la vida, vuelve a lo de todos los días.

Texto e imágenes: Gustavo Docampo

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